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lunes, 12 de febrero de 2018

Personaje del mes: Moises


Personaje bíblico, hijo de Amram y Jokebed, hermano de Aarón y Miriam, de la tribu de Levi que, según el relato de Éxodo (siglo XIII a. C.), liberó al pueblo judío de la opresión a que se veía sometido por Egipto conduciéndoles por el desierto hacia la Tierra Prometida de Israel, aunque murió sin poder entrar en ella (según la tradición bíblica vivió 120 años y fue a la edad de 80 cuando se enfrentó al faraón). Fue el autor de los fundamentos de la ley judaica que está contenida en los cinco libros del Antiguo Testamento que forman el Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) y que constituyen la Thora (“Ley” o “Enseñanza”) de los judíos.

La Era de Moisés Uno de los hijos de Jacob (descendiente de Abraham), llamado José, que fue vendido como esclavo al Faraón de Egipto, consiguió, en la corte de este rey, tal prestigio y autoridad que llegó a ser virrey de Egipto y en calidad de tal llamó a sus hermanos y les dio el país de Gersén para que lo cultivaran y vivieran de sus productos. De este modo, los israelitas se hicieron tan numerosos que los reyes de Egipto temerosos de su importancia los sometieron a dura servidumbre, acabando por decretar la muerte de todos los hijos varones que nacieran en aquel pueblo. El relato bíblico (Éxodo II, 1-10) hace de Moisés un judío de la tribu de Leví recogido por la hija del Faraón en los juncos del Nilo, donde su madre le había depositado para conmover a la princesa y salvar al niño de una persecución idéntica a la de Herodes. Sin embargo, otras fuentes afirman que Moisés fue un sacerdote de Osiris.

Años de formación Criado en la corte de los faraones recibió instrucción en asuntos religiosos, civiles y militares. Al comienzo de su edad adulta y en defensa de un hebreo, cruelmente maltratado, mató a un egipcio. Este fue el motivo por el que tuvo que huir al desierto (Midiam, en el noroeste de Arabia) donde se convirtió en pastor y se casó con Séfora con quien tuvo dos hijos: Eliécer y Gerson.

Moisés en Midiam

Un día, mientras cuidaba las ovejas en el desierto, Moisés vio que un montón de espinas ardían entre llamaradas pero no se quemaban. Lleno de curiosidad, se acercó para ver qué era lo que pasaba y una voz le dijo: “Moisés, Moisés, quítate las sandalias porque el sitio que estás pisando es sagrado”. Le preguntó: ¿Quién eres Tú, Señor? La voz le respondió: Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. He oído las lamentaciones de mi pueblo de Israel y he dispuesto bajar a ayudarle. He dispuesto liberarle de la esclavitud de Egipto y llevarle a una tierra que mana leche y miel. Yo te enviaré al faraón para que os deje salir en libertad. Moisés preguntó: Señor, y si me preguntan cuál es tu nombre, ¿qué les diré? El Señor le respondió: Yo soy Yahvé (Aquel que crea).

Yo soy el que soy.

Irás a los israelitas y les dirás: “Yahvé, que es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, me envía a vosotros”. Luego reunirás a los ancianos de Israel, y con ellos irás al faraón a pedirle que deje salir libre al pueblo. El faraón se negará pero yo haré toda clase de prodigios para que os deje salir”. Moisés dijo al Señor: ¿Y qué demostración les voy a hacer para que sepan que voy de parte de Dios? El Señor le respondió: Echa al suelo tu vara de pastor. Moisés lanzó al suelo su vara o bastón que se convirtió en serpiente. Dios le dijo: Toma la serpiente por la cola. La agarró y se volvió otra vez bastón. Dios le dijo: ésta será una de las señales con las cuales yo te voy a apoyar para que te crean. Moisés le dijo a Nuestro Señor: “Yo tengo dificultad para hablar. ¿Por qué no mandas a otro?”. El Señor le dijo: “Tu hermano Aarón, que sí tiene facilidad para hablar, te ayudará”. Moisés se volvió a Egipto y junto con su hermano Aarón reunió a los ancianos de Israel y les contó lo que le había mandado el Señor Dios. Y convirtió el bastón en serpiente para demostrarles que venía de parte de Dios.


Moisés y el faraón

Fue Moisés con su hermano Aarón a la corte del faraón Ramsés II a solicitar la marcha del pueblo de Israel. Ramsés II, considerado un Dios, negó la existencia de Yahvé y no autorizó la partida de los israelitas. Moisés clamó a Dios y Dios le escuchó mandando diez terribles plagas a Egipto (agua que se convirtió en sangre, ranas, mosquitos, tábanos, peste para el ganado, ulceras en el cuerpo, granizo para los cultivos, langostas, tres  días de tinieblas y por último la muerte de todos los primogénitos de Egipto).

Camino del Sinaí Tras la muerte de su primogénito, el faraón permitió la salida de los israelitas (se estima que unas 15.000 personas). Al quinto día de la marcha, el faraón decidió salir en su búsqueda, acosándoles cerca del Mar de Papiros (Sea Reed, mar de papiros, probablemente un lago, erróneamente identificado como Mar Rojo). En este punto y por indicaciones de Yahvé, Moisés tocó con su bastón las aguas que se abrieron creando un camino por el que escapar de los egipcios. Una vez que el pueblo cruzó el mar, Moisés tocó de nuevo con su bastón y las aguas se cerraron ahogando a sus perseguidores. En ese día, el pueblo aumentó su fe en Dios y creyó en Moisés, su profeta, dirigiéndose con él al monte Sinaí. Durante los 40 años que permanecieron en el desierto, el pueblo sufrió terremotos, plagas, incendios, sequías y guerras con los pueblos nativos de Palestina. Faltó agua y comida siendo Yahvé quien proveyera del maná necesario para alimentarse.

El pacto en el Sinaí 

Al llegar al pie del monte Sinaí, Moisés subió a la cima y tras 40 días y 40 noches recibió dos tablas de piedra en las que estaban escritos los Diez Mandamientos que a partir de
entonces constituyeron las leyes fundamentales de los hebreos. De esta manera se dio forma a la religión judía: una alianza entre el único Dios (Yahvé) y el pueblo hebreo, que en adelante se mantendría fiel al monoteísmo fundado por Abraham; y un conjunto de leyes que incluían el culto del «Arca de la Alianza» (recipiente sagrado que contenía las tablas originales de los Diez Mandamientos), la instauración del clero y diez mandamientos de orden moral y religioso.

Desde el Sinaí a Transjordan El pueblo de Israel continuó camino a la Tierra Prometida y a los 40 años desde su marcha de Egipto bajo la dirección de Moisés, llegaron al fin a Canaán. Yahvé permitió a Moisés divisar la Tierra Prometida, desde la cima del monte Nebó (hoy Jordania), y después de esta visión murió. Sin embargo, ya había entregado el liderazgo del pueblo a Josué (hijo de Aarón).

Moisés el hombre

Moisés, profeta y legislador hebreo. También el Islam, que le llama Musa, lo reconoce y venera. La historia de su vida se relata sobre todo en los libros Éxodo y Deuteronomio del Antiguo Testamento. Personaje bien conocido en el cristianismo, se le menciona con frecuencia en el Nuevo Testamento. En la transfiguración de Cristo, Moisés representa la Ley. La obra de Moisés es el Pentateuco, la Thora, la Ley. Formuló el decálogo y medió en el pacto del Sinaí estableciendo una relación personal con Dios. Personaje sagrado para los hebreos, se le considera el más grande de los profetas, al que nadie puede eclipsar salvo la figura de Jesucristo al que presagió.

sábado, 3 de febrero de 2018

Religión y ciencia

Este artículo fué escrito por Albert Einstein y se publicó en el New York Times Magazine en 1930



Todo lo que ha hecho y pensado la especie humana se relaciona con la satisfacción de necesidades profundamente sentidas y con el propósito de mitigar el dolor. Uno ha de tener esto constantemente en cuenta si desea comprender los movimientos espirituales y su evolución. Sentimiento y anhelo son la fuerza motriz que hay tras todas las empresas humanas y todas las creaciones humanas, por muy excelsas que se nos quieran presentar. Pero, ¿cuáles son los sentimientos y las necesidades que han llevado al hombre al pensamiento religioso y a creer en el sentido más amplio de estos términos? Un poco de refl exión bastará para darnos cuenta de que presidiendo el nacimiento del pensamiento y la experiencia de lo religioso están las emociones más variadas.

La religión en el hombre primitivo

En el hombre primitivo, es sobre todo el miedo el que produce ideas religiosas: miedo al hambre, a los animales salvajes, a la enfermedad, a la muerte. Como en esta etapa de la existencia suele estar escasamente desarrollada la comprensión de las conexiones causales, el pensamiento humano crea seres ilusorios más o menos análogos a sí mismo de cuya voluntad y acciones dependen esos acontecimientos sobrecogedores. Así, uno intenta asegurarse el favor de tales seres ejecutando actos y ofreciendo sacrificios que, según la tradición transmitida a través de generaciones, les hacen mostrarse propicios y bien dispuestos hacia los mortales. En este sentido, hablo yo de una religión del miedo. Ésta, aunque no creada por los sacerdotes, se halla en un grado notable afianzada por la formación de una casta sacerdotal que se erige como mediadora entre el pueblo y los seres a los que el pueblo teme, y logra sobre esta base una hegemonía. En muchos casos, un caudillo o dirigente o una clase privilegiada cuya posición se apoya en otros factores, combina funciones sacerdotales con su autoridad a fi n de reforzarla; o hacen causa común con la casta sacerdotal para defender sus intereses.

Enfoque moral de la religión

Los impulsos sociales son otra fuente de cristalización de la religión. Padres y madres y dirigentes de las grandes comunidades humanas son mortales y falibles. El deseo de guía, de amor y de apoyo empuja a los hombres a crear el concepto social o moral de Dios. Éste es el Dios de la Providencia, que protege, dispone, recompensa y castiga; el Dios que, según las limitaciones de enfoque del creyente, ama y protege la vida de la tribu o de la especie humana e incluso la misma vida; es el que consuela de la aflicción y del anhelo insatisfecho; el que custodia las almas de los muertos. Ésta es la concepción social o moral de Dios.

Las Sagradas Escrituras judías ejemplifican admirablemente la evolución de la religión del miedo a la religión moral, evolución que continúa en el Nuevo Testamento. Las religiones de todos los pueblos civilizados, especialmente los pueblos del Oriente, son primordialmente religiones morales. El paso de una religión del miedo a una religión moral es un gran paso en la vida de los pueblos. Y sin embargo, el que las religiones primitivas se basen totalmente en el miedo y las de los pueblos civilizados sólo en la moral es un prejuicio frente al que hemos de ponemos en guardia. La verdad es que en todas las religiones se mezclan en cuantía variable ambos tipos, con esa diferenciación: que en los niveles más elevados de la vida social predomina la religión de la moral. Común a todos estos tipos de religión, es el carácter antropomórfico de su concepción de Dios. En general sólo individuos de dotes excepcionales, y comunidades excepcionalmente idealistas, se elevan en una medida considerable por encima de este nivel. Pero hay un tercer estadio de existencia religiosa común a todas ellas, aunque raras religioso cósmico. Es muy difícil explicar este sentimiento al que carezca por completo de él sobre todo cuando de él no surge una concepción antropomórfica de Dios.

El sentimiento religioso cósmico

El individuo siente la inutilidad de los deseos y los objetivos humanos y el orden sublime y maravilloso que revela la naturaleza y el mundo de las ideas. La existencia individual le parece una especie de cárcel y desea experimentar el universo como un todo único y significativo. Los inicios del sentimiento religioso cósmico aparecen ya en una etapa temprana de la evolución, por ejemplo, en varios de los salmos de David y en algunos textos de los profetas. El budismo, como hemos aprendido gracias sobre todo a las maravillosas obras de Schopenhauer, tiene un contenido mucho más rico aún en este sentimiento cósmico.

Los genios religiosos de todas las épocas se han distinguido por este sentimiento religioso especial, que no conoce dogmas ni un Dios concebido a imagen del hombre; no puede haber, en consecuencia, iglesia cuyas doctrinas básicas se apoyen en él. Por tanto, es precisamente entre los herejes de todas las épocas donde encontramos hombres imbuidos de este tipo superior de sentimiento religioso, hombres considerados en muchos casos ateos por sus contemporáneos, y a veces considerados también santos.

Si enfocamos de este modo a hombres como Demócrito, Francisco de Asís y Spinoza, veremos que existen entre ellos profundas relaciones. ¿Cómo puede comunicar y transmitir una persona a otra este sentimiento religioso cósmico, si éste no puede engendrar ninguna noción definida de un Dios y de una teología? Según mi opinión, la función más importante del arte y de la ciencia es la de despertar este sentimiento y mantenerlo vivo en quienes son receptivos a él.

Relación entre religión y ciencia

Llegamos así a una concepción de la relación entre religión y ciencia muy distinta de la habitual. Cuando uno enfoca la cuestión históricamente, tiende a considerar ciencia y religión antagonistas irreconciliables, y por una razón de lo más evidente. El individuo que está totalmente imbuido de la aplicación universal de la ley de la causalidad no puede ni por un instante aceptar la idea de un Ser que interfiera en el curso de los acontecimientos... siempre, claro está, que se tome la hipótesis de la causalidad verdaderamente en serio. Para él no tiene ningún sentido la religión del miedo y lo tiene muy escaso la religión moral o social. Un Dios que premia y castiga es inconcebible para él por la simple razón de que las acciones del hombre vienen determinadas por la necesidad, externa e interna, por lo que no puede ser responsable, a los ojos de Dios, lo mismo que no lo es un objeto inanimado de los movimientos que ejecuta. Se ha acusado, por ello, a la ciencia de socavar la moral, pero la acusación es injusta. La conducta ética de un hombre debería basarse en realidad en la compasión, la educación y los lazos y necesidades sociales; no hace falta ninguna base religiosa.

Triste sería la condición del hombre si tuviese que contenerse por miedo al castigo y por la esperanza de una recompensa después de la muerte. Es, por tanto, fácil ver por qué las iglesias han combatido siempre a la ciencia y perseguido a los que se consagran a ella. Por otra parte, yo sostengo que el sentimiento religioso cósmico es el motivo más fuerte y más noble de la investigación científica. Sólo quienes entienden los inmensos esfuerzos y, sobre todo, esa devoción sin la cual sería imposible el trabajo innovador en la ciencia teórica, son capaces de captar la fuerza de la única emoción de la que puede surgir tal empresa, siendo como es algo alejado de las realidades inmediatas de la vida. ¡Qué profundos debieron ser la fe en la racionalidad del universo y el anhelo de comprender, débil reflejo de la razón que se revela en este mundo, que hicieron consagrar a un Kepler y a un Newton años de trabajo solitario a desentrañar los principios de la mecánica celestes! Aquéllos cuyo contacto con la investigación científica se deriva principalmente de sus resultados prácticos es fácil que se hagan una idea totalmente errónea de la mentalidad de los hombres que, en un mundo escéptico, han mostrado el camino a espíritus similares a ellos, esparcidos a lo largo y ancho del mundo y de los siglos. Sólo quien ha dedicado su vida afines similares puede tener idea clara de lo que inspiró a esos hombres y les dio la fuerza necesaria para mantenerse fieles a su objetivo a pesar de innumerables fracasos.


Es el sentimiento religioso cósmico lo que proporciona esa fuerza al hombre. Un contemporáneo ha dicho, con sobradas razones, que en estos tiempos materialistas que vivimos la única gente profundamente religiosa son los investigadores científicos serios.