Los años de la infancia de Gibran son los mismos en que surge una nueva clase dirigente de influencia francesa, proyectada hacia Europa, mediadora comercial e intelectualmente entre el sector sometido a la opresión turca y las nuevas corrientes de opinión que soplan hacia el Mediterráneo, desde Londres, Viena o París.
Gibran, nieto de un sacerdote maronita e hijo de un propietario de ganado, es un símbolo vivo de ese cruce de culturas que es su país de origen. Con sólo trece años viaja con su madre y sus hermanos a Boston, atraído por las oportunidades que parece ofrecer el Nuevo Mundo, mientras su padre permanece en el Líbano manteniendo su pobre propiedad. El adolescente Gibran entra en una escuela privada donde se educan americanos de adopción procedentes de diversas naciones.
Más tarde, por consejo de su hermanastro, regresa a Beirut donde se matricula en la Escuela Maronita, para estudiar árabe y francés. Durante las vacaciones redescubre con su padre: las montañas, los bosquecillos umbríos, las venerables ruinas que dejara la antigüedad y los parajes pedregosos de su tierra natal. En el abandonado monasterio de Mar-Sarkis, su espíritu ya cultivado despierta a una intensa sensibilidad sazonada de sabiduría popular que, tras siglos de cultura, se halla impregnada de un naturalismo soberbio y triunfante.
Regreso a América
Nuestro autor sueña, empero, con volver a América, etapa imprescindible para conseguir fama y dinero, y poder regresar definitivamente al Líbano.
Mas a su retorno a América, la desgracia, revestida de enfermedad incurable, se cierne sobre su madre y sus hermanos. Con su hermana superviviente, Mariana, trata de abrirse camino, sintiéndose responsable del sacrificio de su familia para que él triunfara en el difícil mundo del arte. A la sombra de los rascacielos americanos -indignos sustitutos de los milenarios cedros de su patria-, empieza a escribir para los periódicos árabes de Nueva York. Simultanea la pluma con los pinceles, y en ambas artes su exquisita sensibilidad pugna por superar una técnica todavía no dominada. En los albores de su producción pictórica, expone su obras en un estudio de Boston, pero un voraz incendio arrasa su colección, negándose al artista la gloria y el beneficio. Años después, Gibran se alegraría del accidente que puso fin a su etapa todavía inmadura, permitiéndole mejorar una obra pictórica que hoy se halla diseminada por todo Oriente Medio, Europa y América.
Producción artística
Breves libros, poemas y artículos en árabe marcan el inicio de su carrera literaria. Fue en esta época cuando conoció a Mary Haskell, mujer de extraordinaria sensibilidad, que supo intuir el genio de Gibran animándole a que estudiara en el extranjero y a que escribiera en inglés, tras dominar mejor este idioma, para llegar a un público más numeroso. De 1908 a 1910 estudia arte en París, luego regresa a Boston y finalmente se instala en Nueva York. Treinta y cinco años tiene cuando resume sus pensamientos y su filosofía en La procesión, escrita en forma de versos árabes. Dos años después, da a conocer su obra más madura: El Profeta, convertido en bestseller internacional durante cuarenta años. Cuando en él habla Sobre los niños podemos ver su cercanía a las palabras de Shri Mataji:
“... Y él dijo: Vuestros hijos no son vuestros hijos, ellos son los hijos y las hijas del deseo de vida en si misma; y aunque estén con vosotros sin embargo no os pertenecen. Podéis darles vuestro amor pero no vuestros pensamientos, porque ellos tienen los suyos propios. Podéis alojar su cuerpo, pero no sus almas, porque sus almas vivirán en las casas del mañana, que vosotros no podéis visitar, ni incluso en vuestros sueños. Podréis luchar por ser como ellos, pero no busquéis hacerles como vosotros. Porque la vida no retorna hacia atrás ni se queda anclada en el ayer.”
Las opiniones de los críticos son contradictorias. Mientras unos consideran sus pensamientos: “nocivos, revolucionarios y peligrosos para las mentes juveniles”, otros juzgan que en ellos: “coexisten resonancias de Jesucristo y de los Evangelios”.
Gran fuerza de voluntad
Gibran, que nunca había sido fuerte ni física ni psíquicamente, se halló siempre expuesto con facilidad al dolor desde su más temprana niñez. Su grandeza se debe, pues, al esfuerzo sobrehumano de su voluntad, empeñada en una actividad casi compulsiva, por depurar técnicas, combinar estilos, dominar idiomas y servir de vehículo de emociones universales entre pueblos de distintas culturas. Durante los cinco años que siguieron a la publicación de El Profeta, Gibran alcanza el pináculo de su fama y de su productividad. Su obra es conocida tanto en el mundo árabe como en los sectores más cultos de habla inglesa. El loco había sido precisamente su primer libro en esta lengua. Gibran ponía en boca de un demente una serie de lúcidos discursos que recuerdan los del Zaratustra nietzscheano. La procesión, su obra principal de poesía arábiga, es un diálogo entre un sabio y un joven, en el que uno expresa su irritación ante la vida, el mal y la represión, acusando al hombre de ser una simple marioneta manejada por la ambición (es el aspecto crítico y negativo del poema), y el otro alaba la vida sencilla del campesino, en la que no existen dolores ni castigos ni opresiones.
La tempestad, aparecida en 1920, es una obra en la que se ensalza a los fuertes y se ofrecen técnicas para endurecer la voluntad de los débiles, El precursor, editada el mismo año, es el libro que Gibran dedicó a exponer su antidogmatismo, ridiculizando a los que se creen en posesión de una única verdad. Tres años más tarde nuestro autor da a conocer la obra en la que había estado trabajando durante largo tiempo: El profeta. El amor, el matrimonio, la ambición de poder y de dinero son los temas fundamentales que Gibran desarrolla en este libro, traducido a más de veinte idiomas. Su obra editada a título póstumo es El jardín del profeta (1933), y en ella describe nuestro autor la relación íntima entre el hombre y la naturaleza.
Fin de sus días
Hacia el fin de su vida, Gibran escribió Jesús, el hijo del Hombre, interpretación muy personal de la figura de Cristo, presentado como el hombre que vivió plenamente la vida con todo lo que ella contiene de dolores y alegrías. Pese a que el autor niega en ella la divinidad de Cristo, Arnold Bennett señaló que los árabes deberían sentirse orgullosos de que Gibran hiciera recordar la Torah, los salmos y las enseñanzas de Jesús al pueblo materialista de los Estados Unidos.
Aquejado de una terrible enfermedad, Gibran se esfuerza en donar a la humanidad lo mejor de sí mismo en literatura y en pintura.
El 9 de abril de 1931, un amigo le encuentra sumido en el dolor y pálido por la enfermedad, pese a que continúa sonriendo con valentía. Se niega a que le lleven a un hospital; quiere vivir sus últimos días entre sus dibujos y los esbozos de sus obras. Al día siguiente, muere en el hospital neoyorquino de San Vivente. Sólo tiene cuarenta y ocho años de edad. Sus restos, después de ser contemplados por sus seguidores en Boston, son transportados vía marítima a Beirut y sepultados en la iglesia carmelita de Mar Sarkis en Becharré. Hoy su tumba es un lugar de peregrinación.
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