Este
artículo fué escrito por Albert Einstein y se publicó en el New York Times
Magazine en 1930
Este artículo fué escrito por Albert Einstein y se publicó en el New York Times Magazine en 1930
Todo
lo que ha hecho y pensado la especie humana se relaciona con la satisfacción de
necesidades profundamente sentidas y con el propósito de mitigar el dolor. Uno
ha de tener esto constantemente en cuenta si desea comprender los movimientos
espirituales y su evolución. Sentimiento y anhelo son la fuerza motriz que hay
tras todas las empresas humanas y todas las creaciones humanas, por muy
excelsas que se nos quieran presentar. Pero, ¿cuáles son los sentimientos y las
necesidades que han llevado al hombre al pensamiento religioso y a creer en el
sentido más amplio de estos términos? Un poco de refl exión bastará para darnos
cuenta de que presidiendo el nacimiento del pensamiento y la experiencia de lo
religioso están las emociones más variadas.
La
religión en el hombre primitivo
En
el hombre primitivo, es sobre todo el miedo el que produce ideas religiosas: miedo
al hambre, a los animales salvajes, a la enfermedad, a la muerte. Como en esta
etapa de la existencia suele estar escasamente desarrollada la comprensión de
las conexiones causales, el pensamiento humano crea seres ilusorios más o menos
análogos a sí mismo de cuya voluntad y acciones dependen esos acontecimientos sobrecogedores.
Así, uno intenta asegurarse el favor de tales seres ejecutando actos y
ofreciendo sacrificios que, según la tradición transmitida a través de generaciones,
les hacen mostrarse propicios y bien dispuestos hacia los mortales. En este
sentido, hablo yo de una religión del miedo. Ésta, aunque no creada por los sacerdotes,
se halla en un grado notable afianzada por la formación de una casta sacerdotal
que se erige como mediadora entre el pueblo y los seres a los que el pueblo teme,
y logra sobre esta base una hegemonía. En muchos casos, un caudillo o dirigente
o una clase privilegiada cuya posición se apoya en otros factores, combina
funciones sacerdotales con su autoridad a fi n de reforzarla; o hacen causa
común con la casta sacerdotal para defender sus intereses.
Enfoque
moral de la religión
Los
impulsos sociales son otra fuente de cristalización de la religión. Padres y
madres y dirigentes de las grandes comunidades humanas son mortales y falibles.
El deseo de guía, de amor y de apoyo empuja a los hombres a crear el concepto
social o moral de Dios. Éste es el Dios de la Providencia, que protege,
dispone, recompensa y castiga; el Dios que, según las limitaciones de enfoque
del creyente, ama y protege la vida de la tribu o de la especie humana e
incluso la misma vida; es el que consuela de la aflicción y del anhelo insatisfecho;
el que custodia las almas de los muertos. Ésta es la concepción social o moral de
Dios.
Las
Sagradas Escrituras judías ejemplifican admirablemente la evolución de la religión
del miedo a la religión moral, evolución que continúa en el Nuevo Testamento. Las
religiones de todos los pueblos civilizados, especialmente los pueblos del
Oriente, son primordialmente religiones morales. El paso de una religión del
miedo a una religión moral es un gran paso en la vida de los pueblos. Y sin
embargo, el que las religiones primitivas se basen totalmente en el miedo y las
de los pueblos civilizados sólo en la moral es un prejuicio frente al que hemos
de ponemos en guardia. La verdad es que en todas las religiones se mezclan en
cuantía variable ambos tipos, con esa diferenciación: que en los niveles más
elevados de la vida social predomina la religión de la moral. Común a todos
estos tipos de religión, es el carácter antropomórfico de su concepción de
Dios. En general sólo individuos de dotes excepcionales, y comunidades
excepcionalmente idealistas, se elevan en una medida considerable por encima de
este nivel. Pero hay un tercer estadio de existencia religiosa común a todas
ellas, aunque raras religioso cósmico. Es muy difícil explicar este sentimiento
al que carezca por completo de él sobre todo cuando de él no surge una
concepción antropomórfica de Dios.
El
sentimiento religioso cósmico
El
individuo siente la inutilidad de los deseos y los objetivos humanos y el orden
sublime y maravilloso que revela la naturaleza y el mundo de las ideas. La
existencia individual le parece una especie de cárcel y desea experimentar el
universo como un todo único y significativo. Los inicios del sentimiento religioso
cósmico aparecen ya en una etapa temprana de la evolución, por ejemplo, en
varios de los salmos de David y en algunos textos de los profetas. El budismo,
como hemos aprendido gracias sobre todo a las maravillosas obras de
Schopenhauer, tiene un contenido mucho más rico aún en este sentimiento
cósmico.
Los
genios religiosos de todas las épocas se han distinguido por este sentimiento
religioso especial, que no conoce dogmas ni un Dios concebido a imagen del
hombre; no puede haber, en consecuencia, iglesia cuyas doctrinas básicas se
apoyen en él. Por tanto, es precisamente entre los herejes de todas las épocas
donde encontramos hombres imbuidos de este tipo superior de sentimiento
religioso, hombres considerados en muchos casos ateos por sus contemporáneos, y
a veces considerados también santos.
Si
enfocamos de este modo a hombres como Demócrito, Francisco de Asís y Spinoza,
veremos que existen entre ellos profundas relaciones. ¿Cómo puede comunicar y
transmitir una persona a otra este sentimiento religioso cósmico, si éste no
puede engendrar ninguna noción definida de un Dios y de una teología? Según mi
opinión, la función más importante del arte y de la ciencia es la de despertar
este sentimiento y mantenerlo vivo en quienes son receptivos a él.
Relación
entre religión y ciencia
Llegamos
así a una concepción de la relación entre religión y ciencia muy distinta de la
habitual. Cuando uno enfoca la cuestión históricamente, tiende a considerar ciencia
y religión antagonistas irreconciliables, y por una razón de lo más evidente. El
individuo que está totalmente imbuido de la aplicación universal de la ley de
la causalidad no puede ni por un instante aceptar la idea de un Ser que interfiera
en el curso de los acontecimientos... siempre, claro está, que se tome la
hipótesis de la causalidad verdaderamente en serio. Para él no tiene ningún sentido
la religión del miedo y lo tiene muy escaso la religión moral o social. Un Dios
que premia y castiga es inconcebible para él por la simple razón de que las
acciones del hombre vienen determinadas por la necesidad, externa e interna,
por lo que no puede ser responsable, a los ojos de Dios, lo mismo que no lo es
un objeto inanimado de los movimientos que ejecuta. Se ha acusado, por ello, a
la ciencia de socavar la moral, pero la acusación es injusta. La conducta ética
de un hombre debería basarse en realidad en la compasión, la educación y los
lazos y necesidades sociales; no hace falta ninguna base religiosa.
Triste
sería la condición del hombre si tuviese que contenerse por miedo al castigo y
por la esperanza de una recompensa después de la muerte. Es, por tanto, fácil
ver por qué las iglesias han combatido siempre a la ciencia y perseguido a los
que se consagran a ella. Por otra parte, yo sostengo que el sentimiento
religioso cósmico es el motivo más fuerte y más noble de la investigación
científica. Sólo quienes entienden los inmensos esfuerzos y, sobre todo, esa
devoción sin la cual sería imposible el trabajo innovador en la ciencia
teórica, son capaces de captar la fuerza de la única emoción de la que puede
surgir tal empresa, siendo como es algo alejado de las realidades inmediatas de
la vida. ¡Qué profundos debieron ser la fe en la racionalidad del universo y el
anhelo de comprender, débil reflejo de la razón que se revela en este mundo,
que hicieron consagrar a un Kepler y a un Newton años de trabajo solitario a
desentrañar los principios de la mecánica celestes! Aquéllos cuyo contacto con
la investigación científica se deriva principalmente de sus resultados
prácticos es fácil que se hagan una idea totalmente errónea de la mentalidad de
los hombres que, en un mundo escéptico, han mostrado el camino a espíritus similares
a ellos, esparcidos a lo largo y ancho del mundo y de los siglos. Sólo quien ha
dedicado su vida afines similares puede tener idea clara de lo que inspiró a esos
hombres y les dio la fuerza necesaria para mantenerse fieles a su objetivo a
pesar de innumerables fracasos.
Es
el sentimiento religioso cósmico lo que proporciona esa fuerza al hombre. Un
contemporáneo ha dicho, con sobradas razones, que en estos tiempos
materialistas que vivimos la única gente profundamente religiosa son los investigadores
científicos serios.
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