Durante años Abraham anhela un hijo que no llega (vive en
una sociedad patriarcal) e incluso llega a pensar que el vientre
de Sarah pudiera estar cerrado.
Tras la manifestación de Dios a Sarah de que tendría un hijo,
Isaac, el primer hijo legítimo de Abraham nace cuando éste
tiene 100 años.
Capítulo 18 del Génesis Promesa del nacimiento de Isaac
18:9 Y le dijeron: “¿Dónde está Sara tu mujer?” Y él
respondió: “Aquí en la tienda”.
18:10 Entonces dijo: “De cierto volveré a ti; y según el
tiempo de la vida, he aquí que Sara, tu mujer, tendrá
un hijo.” Y Sara, que estaba detrás de él, escuchaba a
la puerta de la tienda.
18:11 Y Abraham y Sara eran viejos, de edad avanzada;
y a Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres.
18:12 Se rió, pues, Sara entre sí, diciendo: “¿Después
que he envejecido tendré deleite, siendo también mi
señor ya viejo?”
18:13 Entonces Jehová dijo a Abraham: “¿Por qué se
ha reído Sara diciendo: Será cierto que he de dar a luz
siendo ya vieja?”
18:14 “¿Hay para Dios alguna cosa difícil? Al tiempo
señalado volveré a ti, y según el tiempo de la vida,
Sara tendrá un hijo.”
18:15 Entonces Sara negó, diciendo llena de
miedo: “No me reí”. Y él dijo: “No es así, sino
que te has reído.”
Tiempo después, Dios ordena a Abraham que
sacrifique a Isaac como prueba de fe. Que vaya
a lo alto de una montaña y que sacrifique a su
único hijo. Abraham dispuso todo lo
necesario para sacrificar a Isaac, que en su
ignorancia preguntaba dónde estaba el
cordero a ser sacrificado en el altar que habían
preparado y, justo en el momento de la
ejecución, Dios le detuvo y le proveyó de un
cordero. Tan solo se trataba de una prueba para
ver cuanta devoción y fe había en él.
Si Dios no hubiera detenido a Abraham éste
hubiera matado a su hijo sólo porque Dios así
se lo había pedido. Sin embargo, y gracias a la
incuestionable entrega de Abraham, Dios dejó la
vida a Isaac y recompensó a Abraham con una
renovación de su promesa.
Por la fe, Abraham sale victorioso de esta
prueba. Una prueba dramática que
comprometía directamente su fe.
Incluso en el instante, humanamente
trágico, en que estaba a punto de infligir
el golpe mortal a su hijo, Abraham no dejó de
creer. Más aún, su fe en la promesa alcanzó entonces su culmen. Pensaba: ”Dios es poderoso aún para resucitarlo
de entre los muertos”. Eso pensaba este padre probado,
humanamente hablando, por encima de toda medida. Y
su fe, su abandono total en Dios, no le defraudó. Está
escrito: “Por eso lo recobró” (Hb 11, 19). Recobró a Isaac,
puesto que creyó en Dios plenamente y de forma
incondicional.
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