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domingo, 25 de septiembre de 2016

LA OBRA DE C.S. LEWIS


En el Prefacio de “El Gran Divorcio” (Un Sueño), Lewis comenta los constantes intentos de casar el Cielo con el Infierno. Esta idea, según dice:

“Se basa en la creencia de que la realidad nunca nos enfrenta a una alternativa absolutamente inevitable del tipo ‘o esto o lo otro’; con habilidad y paciencia y (sobre todo) con tiempo suficiente, siempre puede encontrarse algún modo de abrazar ambas alternativas; el mero desarrollo de las situaciones, su ajuste o su depuración, transformará -de algún modo- el mal en bien sin que se nos exija al final un rechazo total de algo, a lo que no quisiéramos renunciar. Para mí esta creencia es un terrible error”.

Lewis le da a su relato la forma de un sueño en el que a un grupo de hombres y mujeres, que están en el infierno, se les concede permiso para hacer un viaje hasta las cercanías del cielo. Lewis se incluye en este grupo, y en el momento en que se enfrentan cara a cara con la realidad del cielo se dan cuenta de lo insustanciales que son. Frente a los árboles y la hierba dura como el diamante del cielo, los condenados parecen “manchas hominiformes en la brillantez del aire”. Algunos de los bienaventurados que han conocido en la Tierra salen a su encuentro. Están allí para urgir a los espíritus condenados a que se queden, y les prometen que a su debido tiempo “se harán más fuertes” y podrán soportarlo.

Lewis oye sin querer una serie de conversaciones entre los condenados y los bienaventurados, que no dejan duda de que los condenados eligen realmente el infierno antes que el cielo; de que cada uno de ellos se ha fabricado su propia prisión y ha echado el cerrojo de la puerta por dentro. 

Su guía le dice:

“En última instancia, sólo hay dos clases de personas las que le dicen a Dios: “hágase Tu Voluntad”, y aquellas a quienes Dios dice en el último instante: “hágase tu voluntad”. Todos los que están en el infierno lo han decidido así. Sin esta auto elección no podría existir el infierno. Ningún alma que desee la felicidad -seria y constantemente- la perderá”.

Otra escena digna de mención es aquella en la que un “fantasma” -de los que ha llegado del infierno- pregunta a su mentor sobre el Juicio final, el Cielo y el Infierno:

-“Pero no lo entiendo. ¿El juicio no es final? ¿Hay, realmente una salida del Infierno hacia el Cielo?

-Depende de cómo uséis las palabras. Si lo dejan atrás, ese pueblo gris no habrá sido el infierno. Para todo el que lo deja, el pueblo gris es el purgatorio. Y tal vez os valdría más no llamar cielo a este país. Podéis llamarlo Valle de la Sombra de la Vida. Sin embargo, para los que se queden aquí habrá sido el cielo desde el principio. Y a las calles tristes de ese pueblo, podéis llamarlas Valle de la Sombra de la Muerte. Pero para aquellos que se queden allí habrá sido el infierno desde el comienzo.
Supongo que se daría cuenta de que yo parecía perplejo pues, al poco rato, comenzó a hablar de nuevo.

-Hijo, en vuestro estado actual no podéis entender la Eternidad. Cuando Anodos se asomó a la puerta de lo intemporal volvió sin ninguna noticia. Pero vos podéis obtener alguna imagen de lo infinito si decís que el bien y el mal, cuando se han desarrollado hasta el extremo, se vuelven retrospectivos. No sólo este valle, sino también todo su pasado terrenal, habrá sido cielo para los que se salvan. No sólo el crepúsculo de este pueblo, sino también su vida entera sobre la tierra, les parecerá a los condenados el infierno. Eso es lo que los mortales no entienden. Ellos hablan de sufrimiento temporal; dicen que “ninguna bienaventuranza futura les compensa de ese dolor”, ni siquiera saber que el cielo, una vez que se ha alcanzado, obra hacia atrás convirtiendo en gloria hasta la agonía. De algunos deseos pecaminosos dicen: “Déjame que disfrute de esto y aceptaré las consecuencias”, sin imaginar siquiera hasta qué punto la condenación se propagará más y más a su pasado y contaminará el placer del pecado. Ambos procesos comienzan incluso antes de la muerte. El pasado del hombre bueno comienza a cambiar, de manera que los pecados perdonados y los pesares recordados se tiñen de la tonalidad del cielo. El pasado del hombre malo se contamina también con su maldad y se llena de tristeza. Esa es la razón por la que, al final de todo, cuando aquí salga el sol y el crepúsculo se convierta en oscuridad allá abajo, el bienaventurado dirá: “Nunca hemos vivido en otro sitio distinto del Cielo”, y el condenado dirá: “Hemos vivido siempre en el Infierno”. Y los dos dirán la verdad.

 -¿No es eso muy duro, señor?

 -Quiero decir que ese es el verdadero sentido de lo que dirán. En el lenguaje de los condenados, las palabras serán diferentes, sin duda. Uno dirá que sirvió siempre, acertada o equivocadamente, a su país. Otro que lo sacrificó todo por el arte. Unos que nunca fueron comprendidos, otro que, gracias a Dios, se habían ocupado siempre de cuidar al Número Uno. Y casi todos dirán que al menos han sido fieles a sí mismos.

 -¿Y los salvados?

-¡Ah!, los salvados…, lo que le ocurre al que se salva queda mejor descrito como lo opuesto de un espejismo. Lo que le parecía -al entrar en él- un valle de lágrimas, cuando mira hacia atrás, resulta que fue un manantial. Y donde la experiencia del momento veía sólo desiertos salobres, la memoria 
le recordará que eran vergeles.

 -¿Tienen razón, entonces, los que dicen que el cielo y el infierno son sólo estados de la mente?

-¡Callad! –dijo severamente-. No blasfeméis. El infierno es un estado de la mente; no habéis dicho nunca una palabra más cierta. Y todo estado de la mente dejado a sí mismo, toda clausura de la criatura dentro de su propia mente es, a la larga, infierno. Pero el cielo no es un estado de la mente. El cielo es la realidad misma. Todo lo que es completamente real es celestial. Todo lo que se puede descomponer se descompondrá. Sólo permanecerá lo incorruptible.

(…) La elección de las almas perdidas se puede expresar con estas palabras: “Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”. Hay algo que insisten en mantener incluso al precio del sufrimiento. Hay algo que prefieren a la alegría, es decir, a la realidad. Vos podéis ver algo parecido en el niño mimado, que prefiere no jugar, ni cenar a decir que se arrepiente, a reconciliarse con sus amigos. Vos llamáis a eso mal genio”.

Vencer los prejuicios hacia la espiritualidad

En “Cartas del diablo a su sobrino”. El viejo demonio, Screwtape , al escribir sobre la humildad le dice a Wormwood: “Al sujeto debes ocultarle el verdadero fin de la humildad. Hazle pensar en ella no como en el olvido de sí mismo, sino como en una cierta forma de opinión (a saber, una opinión desfavorable) sobre sus propios talentos y carácter… Por este método se ha logrado que miles de humanos piensen que la humildad consiste en que las mujeres bonitas crean que son feas y los hombres inteligentes crean que son tontos. Como es posible que en algunos casos lo que intentan creer sea una solemne tontería, entonces admitirlo les resulta inconcebible y nosotros conseguimos que sus mentes giren sin cesar sobre sí mismos en un empeño vano”.
Quizá la mayor ventaja al emplear este ángulo de visión sea la luz que se proyecta sobre Dios. Hablando de nuevo sobre la humildad, Screwtape dice:
“El Enemigo quiere conducir al hombre a un estado de ánimo en el que diseñe la mejor catedral del mundo, sabiendo que es la mejor y regocijándose por el hecho, pero sin que su alegría por haberla construido resulte mayor (o menor) o diferente de la que habría sentido si el constructor hubiera sido otro hombre. El Enemigo quiere al hombre tan libre de cualquier inclinación a su favor, que pueda regocijarse de sus propios talentos con la misma sinceridad y gratitud con que se regocija de los de su vecino; o por la alegría de ver un amanecer, un elefante o una cascada”.


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