Clive Staples Lewis nació el 29 de noviembre de 1898 en los suburbios de Belfast (Irlanda del Norte). Sus padres, Albert y Flora, eran ávidos lectores y coleccionistas de libros. Clive o “Jack”, como comenzó a llamarse a sí mismo, manifestó también desde temprana edad una extraordinaria facilidad para escribir y, cerca de los seis años, creó un mundo imaginario sobre el que escribir historias.
Experiencia
de la alegría
Otra cosa
notable en su infancia es que ya entonces daba muestras de la claridad y
racionalidad que tanto le caracterizarían. Sin embargo, existía al mismo tiempo
otro aspecto de su vida que contrastaba con esa mentalidad racional. Desde los
seis años -aproximadamente- tuvo reiteradas experiencias de algo que no podía
nombrar pero que más tarde describiría en su autobiografía -Cautivado por la
alegría (1955)- como la “experiencia central” de su vida. Se trataba de una
experiencia agridulce, de un “anhelo inconsolable” o de un “deseo insatisfecho”
que le resultaba “más deseable que ninguna otra satisfacción”. A veces se
presentaba con una intensidad tal que apenas se diferenciaba de la congoja.
Hasta que pudo comprenderlo mejor creyó que esta “alegría”, como él la llamaba,
constituía un fin en sí misma. “Volver a sentirla” se convirtió para él en un
deseo supremo. ¿Pero qué era lo que anhelaba? Siempre que volvía a los poemas,
al paisaje o a cualquier otra cosa que hubiese actuado como mediación de
aquella alegría, ésta se había desplazado y parecía estar llamándolo desde
algún otro sitio. No había nada en que pudiese identificarla y decir: ¡Es esto!
La infancia
-que había sido tan feliz- terminó abruptamente con la muerte de su madre en
1908, cuando él tenía apenas nueve años. Al cumplir los dieciséis su educador
particular (y antiguo director de su padre) W.T. Kirkpatrick, afirmó de él que
“era el traductor de teatro griego más brillante que jamás había conocido”.
Leyendo a los autores paganos Jack se percató de que los eruditos consideraban
a las mitologías antiguas como un puro error.
Consecuentemente,
él consideró también al cristianismo como otra “mitología” -tan falsa como las
demás- y se hizo ateo. Entre tanto, había llegado a la conclusión de que la
alegría no era un fin en sí mismo sino un indicador de otra cosa. ¿Pero qué
otra cosa? ¿Hacia dónde apuntaba la alegría? Así cometía una equivocación tras
otra al tratar de identificar el objeto de su anhelo.
Conversión al cristianismo
En 1925 fue
nombrado Tutor y Profesor de Lengua y Literatura inglesa en el Magdalen
College, en Oxford, donde enseñaría hasta 1954. J.R.R. Tolkien -autor, más
tarde, de “El Señor de los Anillos”- fue uno de sus amigos en la universidad.
Tolkien era católico y ayudó a Lewis a comprender que mientras las “historias
paganas no eran más que la expresión de Dios a través de la mente de los
poetas”, el mito cristiano era algo que “ocurrió realmente”; “una verdad
convertida en hecho”.
Ambos dedicarían mucha atención al tema del mito, pero la
consecuencia más importante de esta amistad fue la conversión de Lewis al
cristianismo en 1931. En su autobiografía, Lewis se describe a sí mismo como el
“converso más reacio de Inglaterra”, “con tantos deseos de formar parte de la
iglesia como del zoológico”. Aceptó la fe por la clara y simple razón de creer
en su verdad. Y con esta creencia en Dios se disipó por fin el viejo misterio
de la alegría. Lewis comprendió que la alegría había apuntado siempre hacia
Dios. Durante un tiempo pensó que la alegría podía ser un sustituto del sexo.
Ahora lo veía al revés: Es el sexo lo que, frecuentemente, sustituye a la
alegría.
Hasta aquel
momento Lewis había sido un hombre con dotes literarias, pero sin nada que
decir. Con su conversión todo lo que le había frenado desapareció y los libros
llovieron de su pluma. Con todo, es su faceta de apologista cristiano la que le
proporcionó mayor fama.
La Trilogía
de Ransom
Su
habilidad para expresar las verdades del cristianismo con naturalidad le hace
único como apologista, tanto en las obras de ficción como en las estrictamente
apologéticas. Un ejemplo temprano de ello es la primera de las tres novelas de
su Trilogía de Ransom: “Más allá del Planeta Silencioso” (1938). En ella se
narra un viaje a Malacandra (Marte); a través de esta aventura Lewis construye
un mito sobre las acciones de Dios en aquel planeta. La acusada originalidad de
sus relatos reside en sus “suposiciones” teológicas: ¿Y si en Marte hubiera
habitantes que hubiesen caído? ¿Qué ocurriría si Cristo se encarnara en un león
en una tierra de animales parlantes? En el primero de estos -“libros teológicos
de aventuras”- Edwin Ransom, un filólogo cristiano, es secuestrado y conducido
a Malacandra en una nave espacial por un científico, el Dr. Weston. Éste cree
equivocadamente que sus habitantes practican sacrificios humanos. Ransom
aprende pronto el “antiguo solar”, lenguaje que se hablaba antes del Pecado
Original y descubre que, a diferencia del nuestro, este planeta nunca pecó ni
necesitó la Encarnación. Maleldil -para nosotros Dios- rige el planeta mediante
un arcángel. Lewis logra describirnos el ambiente como si se tratara de un
lugar real, pero su mayor logro es imaginar una raza de criaturas racionales
sin mácula, sin avaricia y sin saber qué significa desear algo por encima de lo
que Dios está deseando y ofreciendo a cada uno.
El segundo
libro de la trilogía se titula “Perelandra” (1943). Ransom realiza otro nuevo
viaje espacial a Perelandra, que conocemos como Venus. Perelandra se halla aún
en su infancia y sus “Adán” y “Eva” -Tor y Tinidril- son todavía perfectos. El
Dr. Weston, el científico que había llevado a Ransom a Malacandra, aparece aquí
de nuevo. Pronto se comprende que Weston (portavoz del infierno) tiene la
intención de provocar que la perelandresa “Eva” desobedezca a Maleldil y
experimente así una caída similar a nuestra Eva. Ransom se da cuenta de que su
misión allí es ayudara a Tinidril a resistir.
A este
libro le sigue una tercera novela de aventuras -“Esa horrible fortaleza”
(1945)- ambientada en la Tierra. Los relatos pueden resultar por sí mismos
entretenidos como relatos de aventuras de primera línea, más la ventaja
adicional es que en estas fantasías la teología se halla de tal forma imbricada
que muchos lectores terminan sumergiéndose en Dios sin saberlo.
Cartas del diablo a su sobrino
Otra forma
ingeniosa en que Lewis logró superar muchos prejuicios contra la espiritualidad
fue su agudo libro “Cartas del diablo a su sobrino” (1942). En ella un viejo
demonio, Screwtape, instruye a otro más joven, Wormwood, sobre el modo de
tentar a un muchacho en la Tierra. Para Screwtape Dios es “el Enemigo”,
mientras que Satán, por lo mismo, es “nuestro Padre allá abajo”. Esta inversión
de las cosas supuso para Lewis un trabajo “monótono e irritante”. No obstante,
para el lector es a la vez divertido e instructivo ver sus debilidades desde un
ángulo tan desacostumbrado. Es un libro con un agudo sentido del humor y un
profundo conocimiento sutil sobre los vericuetos mentales.
Cristianismo Esencial
Más
adelante escribiría “Cristianismo Esencial”, una de sus obras más conocidas.,
en la que expresa un punto de vista interesante respecto a los deseos:
“El
cristiano dice: Las criaturas no habrían nacido con deseos, a menos que la
satisfacción para estos deseos existiese. Un bebé tiene hambre porque existe la
comida. Un patito quiere nadar; pues bien, existe una cosa que es el agua. De
la misma manera que los hombres sienten deseo sexual porque existe el sexo. Si
yo descubro en mí un deseo que ninguna experiencia de este mundo puede
satisfacer, la explicación más probable es que yo no pertenezca a este mundo.
Si ninguno de mis placeres terrenales lo satisface, no significa que el
universo sea un fraude. Probablemente los placeres terrenales no hayan tenido
nunca la función de satisfacerlo, sino sólo de despertarlo, de sugerir su
verdadero fin. Si esto es así, debo cuidar, por una parte, de no ser ingrato ni
despreciar nunca estas bendiciones terrenales y, por la otra, de no
confundirlas jamás con aquella otra cosa de la cual éstas son sólo una copia,
un eco o un espejismo. Debo mantener vivo en mí mismo el deseo por mí verdadero
país, que no encontraré hasta después de mi muerte; nunca debo permitir que
quede sepultado o desplazado; debo hacer que el principal objetivo de la vida
se convierta en hacer presente ese destino y en ayudar a los otros a que hagan
lo mismo”.
Durante los
años de la II Guerra Mundial, además de las emisiones para la BBC, la Fuerza
Aérea Real (RAF) lo reclutó para que recorriera todas las bases del país
impartiendo charlas sobre teología. Recibía cartas de todas las partes del
mundo, y solía responder a todas de su puño y letra. Nunca sabremos cómo se las
arregló para poder hacerlo. Un detalle más de su vida que merece la pena ser
mencionado y que sólo se supo después de su muerte, es que desde que obtuvo los
primeros ingresos por sus escritos, dos tercios de sus derechos se destinaban a
una institución benéfica que ayudaba a viudas y huérfanos que vivían en un
estado deplorable.
Las crónicas de Narnia
Hacia el final de su vida, escribió las conocidas “Crónicas de Narnia”. En la primera -“El león, la bruja y el armario”- Lewis introduce a sus lectores en el país imaginario de Narnia. Es ante todo un mundo de animales parlantes y está gobernado por un rey león llamado Aslan. Es un león de gran sabiduría, severidad y ternura; el más querido de todos los personajes de estos libros. Al explicar lo que había detrás de esta trama, Lewis dijo que era la respuesta a esta cuestión: “Suponed que hubiese un mundo como Narnia y que tuviese necesidad de ser salvado, y que el Hijo de Dios fuese a redimirlo del modo que vino a redimir el nuestro, ¿cómo podría haber ocurrido todo en aquél mundo?” Algunos lectores reconocen instantáneamente a Cristo en Aslan, y según parece esto les ayuda a amar en Cristo lo que aman en Aslan. Parece que los niños que no logran ver la relación desde el principio obtienen el mismo provecho. De una manera completamente libre e imparcial, podrán descubrir un buen día que las cosas que les gustan y que admiran en Aslan son en realidad propias de Cristo. Ciertamente Lewis esperaba que se estableciera esta relación.
Cuando
todos los cuentos estuvieron a la venta, Lewis explicó el motivo que le había
empujado a escribirlos. “Creí comprender que las historias de este tipo podían
acabar con ciertos prejuicios que habían paralizado en mi infancia la vida
religiosa.” “¿Por qué era tan difícil tener hacia Dios y hacia la Pasión de
Cristo los sentimientos que nos enseñaban? Pensé que la razón principal de esa
dificultad es que tales sentimientos se nos imponían como una obligación. Y la
obligación puede congelar los sentimientos… Si lográsemos proyectar todas estas
enseñanzas en un mundo imaginario, sin verlas a través de un vidrio coloreado y
sin asociarlas con la predicación dominical, ¿podríamos entonces lograr que
apareciera por primera vez con toda su fuerza? ¿Acaso no sería éste el modo de
vencer aquellos prejuicios que acechan como atentos dragones? Pensé que sí”.
Matrimonio y curación del cáncer
Hacía 1954
Lewis conoció a la poetisa americana Joy Davidman Gresham, que entonces estaba
divorciada y vivía con sus dos hijos en Oxford. En 1956, cuando empezaron a
estrechar su amistad, a Joy se le diagnosticó un cáncer muy avanzado y grave.
Un pastor protestante anglicano los casó en el hospital al año siguiente.
Inesperadamente Joy se repuso y ella y Lewis vivieron juntos varios años de
gran felicidad, producto de los cuáles es el libro “Los cuatro amores” (1960).
En 1963
Lewis sufrió un ataque al corazón y estuvo en coma durante veinticuatro horas.
Una vez recobrado, pasó los pocos meses que le quedaban escribiendo a unos
viejos amigos. “Después de haber sido conducido tan suavemente hasta la Puerta,
resulta duro ver que se cierra ante las propias narices, sabiendo que habré de
pasar otra vez por el mismo proceso algún día, ¡y quizás de una forma mucho
menos placentera! ¡Pobre Lázaro! Pero Dios sabe lo que hace.” Lewis murió
pacíficamente en su casa, en Oxford, el 22 de noviembre de 1963. Pocos hombres
estuvieron tan bien preparados.
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