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domingo, 1 de julio de 2018

Personaje del mes: C.S. LEWIS




Clive Staples Lewis nació el 29 de noviembre de 1898 en los suburbios de Belfast (Irlanda del Norte). Sus padres, Albert y Flora, eran ávidos lectores y coleccionistas de libros. Clive o “Jack”, como comenzó a llamarse a sí mismo, manifestó también desde temprana edad una extraordinaria facilidad para escribir y, cerca de los seis años, creó un mundo imaginario sobre el que escribir historias.

Experiencia de la alegría

Otra cosa notable en su infancia es que ya entonces daba muestras de la claridad y racionalidad que tanto le caracterizarían. Sin embargo, existía al mismo tiempo otro aspecto de su vida que contrastaba con esa mentalidad racional. Desde los seis años -aproximadamente- tuvo reiteradas experiencias de algo que no podía nombrar pero que más tarde describiría en su autobiografía -Cautivado por la alegría (1955)- como la “experiencia central” de su vida. Se trataba de una experiencia agridulce, de un “anhelo inconsolable” o de un “deseo insatisfecho” que le resultaba “más deseable que ninguna otra satisfacción”. A veces se presentaba con una intensidad tal que apenas se diferenciaba de la congoja. Hasta que pudo comprenderlo mejor creyó que esta “alegría”, como él la llamaba, constituía un fin en sí misma. “Volver a sentirla” se convirtió para él en un deseo supremo. ¿Pero qué era lo que anhelaba? Siempre que volvía a los poemas, al paisaje o a cualquier otra cosa que hubiese actuado como mediación de aquella alegría, ésta se había desplazado y parecía estar llamándolo desde algún otro sitio. No había nada en que pudiese identificarla y decir: ¡Es esto!

La infancia -que había sido tan feliz- terminó abruptamente con la muerte de su madre en 1908, cuando él tenía apenas nueve años. Al cumplir los dieciséis su educador particular (y antiguo director de su padre) W.T. Kirkpatrick, afirmó de él que “era el traductor de teatro griego más brillante que jamás había conocido”. Leyendo a los autores paganos Jack se percató de que los eruditos consideraban a las mitologías antiguas como un puro error.

Consecuentemente, él consideró también al cristianismo como otra “mitología” -tan falsa como las demás- y se hizo ateo. Entre tanto, había llegado a la conclusión de que la alegría no era un fin en sí mismo sino un indicador de otra cosa. ¿Pero qué otra cosa? ¿Hacia dónde apuntaba la alegría? Así cometía una equivocación tras otra al tratar de identificar el objeto de su anhelo.

Conversión al cristianismo

En 1925 fue nombrado Tutor y Profesor de Lengua y Literatura inglesa en el Magdalen College, en Oxford, donde enseñaría hasta 1954. J.R.R. Tolkien -autor, más tarde, de “El Señor de los Anillos”- fue uno de sus amigos en la universidad. Tolkien era católico y ayudó a Lewis a comprender que mientras las “historias paganas no eran más que la expresión de Dios a través de la mente de los poetas”, el mito cristiano era algo que “ocurrió realmente”; “una verdad convertida en hecho”. 

Ambos dedicarían mucha atención al tema del mito, pero la consecuencia más importante de esta amistad fue la conversión de Lewis al cristianismo en 1931. En su autobiografía, Lewis se describe a sí mismo como el “converso más reacio de Inglaterra”, “con tantos deseos de formar parte de la iglesia como del zoológico”. Aceptó la fe por la clara y simple razón de creer en su verdad. Y con esta creencia en Dios se disipó por fin el viejo misterio de la alegría. Lewis comprendió que la alegría había apuntado siempre hacia Dios. Durante un tiempo pensó que la alegría podía ser un sustituto del sexo. Ahora lo veía al revés: Es el sexo lo que, frecuentemente, sustituye a la alegría.

Hasta aquel momento Lewis había sido un hombre con dotes literarias, pero sin nada que decir. Con su conversión todo lo que le había frenado desapareció y los libros llovieron de su pluma. Con todo, es su faceta de apologista cristiano la que le proporcionó mayor fama.

La Trilogía de Ransom

Su habilidad para expresar las verdades del cristianismo con naturalidad le hace único como apologista, tanto en las obras de ficción como en las estrictamente apologéticas. Un ejemplo temprano de ello es la primera de las tres novelas de su Trilogía de Ransom: “Más allá del Planeta Silencioso” (1938). En ella se narra un viaje a Malacandra (Marte); a través de esta aventura Lewis construye un mito sobre las acciones de Dios en aquel planeta. La acusada originalidad de sus relatos reside en sus “suposiciones” teológicas: ¿Y si en Marte hubiera habitantes que hubiesen caído? ¿Qué ocurriría si Cristo se encarnara en un león en una tierra de animales parlantes? En el primero de estos -“libros teológicos de aventuras”- Edwin Ransom, un filólogo cristiano, es secuestrado y conducido a Malacandra en una nave espacial por un científico, el Dr. Weston. Éste cree equivocadamente que sus habitantes practican sacrificios humanos. Ransom aprende pronto el “antiguo solar”, lenguaje que se hablaba antes del Pecado Original y descubre que, a diferencia del nuestro, este planeta nunca pecó ni necesitó la Encarnación. Maleldil -para nosotros Dios- rige el planeta mediante un arcángel. Lewis logra describirnos el ambiente como si se tratara de un lugar real, pero su mayor logro es imaginar una raza de criaturas racionales sin mácula, sin avaricia y sin saber qué significa desear algo por encima de lo que Dios está deseando y ofreciendo a cada uno.

El segundo libro de la trilogía se titula “Perelandra” (1943). Ransom realiza otro nuevo viaje espacial a Perelandra, que conocemos como Venus. Perelandra se halla aún en su infancia y sus “Adán” y “Eva” -Tor y Tinidril- son todavía perfectos. El Dr. Weston, el científico que había llevado a Ransom a Malacandra, aparece aquí de nuevo. Pronto se comprende que Weston (portavoz del infierno) tiene la intención de provocar que la perelandresa “Eva” desobedezca a Maleldil y experimente así una caída similar a nuestra Eva. Ransom se da cuenta de que su misión allí es ayudara a Tinidril a resistir.
A este libro le sigue una tercera novela de aventuras -“Esa horrible fortaleza” (1945)- ambientada en la Tierra. Los relatos pueden resultar por sí mismos entretenidos como relatos de aventuras de primera línea, más la ventaja adicional es que en estas fantasías la teología se halla de tal forma imbricada que muchos lectores terminan sumergiéndose en Dios sin saberlo.

Cartas del diablo a su sobrino

Otra forma ingeniosa en que Lewis logró superar muchos prejuicios contra la espiritualidad fue su agudo libro “Cartas del diablo a su sobrino” (1942). En ella un viejo demonio, Screwtape, instruye a otro más joven, Wormwood, sobre el modo de tentar a un muchacho en la Tierra. Para Screwtape Dios es “el Enemigo”, mientras que Satán, por lo mismo, es “nuestro Padre allá abajo”. Esta inversión de las cosas supuso para Lewis un trabajo “monótono e irritante”. No obstante, para el lector es a la vez divertido e instructivo ver sus debilidades desde un ángulo tan desacostumbrado. Es un libro con un agudo sentido del humor y un profundo conocimiento sutil sobre los vericuetos mentales. 

Cristianismo Esencial

Más adelante escribiría “Cristianismo Esencial”, una de sus obras más conocidas., en la que expresa un punto de vista interesante respecto a los deseos:

“El cristiano dice: Las criaturas no habrían nacido con deseos, a menos que la satisfacción para estos deseos existiese. Un bebé tiene hambre porque existe la comida. Un patito quiere nadar; pues bien, existe una cosa que es el agua. De la misma manera que los hombres sienten deseo sexual porque existe el sexo. Si yo descubro en mí un deseo que ninguna experiencia de este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que yo no pertenezca a este mundo. Si ninguno de mis placeres terrenales lo satisface, no significa que el universo sea un fraude. Probablemente los placeres terrenales no hayan tenido nunca la función de satisfacerlo, sino sólo de despertarlo, de sugerir su verdadero fin. Si esto es así, debo cuidar, por una parte, de no ser ingrato ni despreciar nunca estas bendiciones terrenales y, por la otra, de no confundirlas jamás con aquella otra cosa de la cual éstas son sólo una copia, un eco o un espejismo. Debo mantener vivo en mí mismo el deseo por mí verdadero país, que no encontraré hasta después de mi muerte; nunca debo permitir que quede sepultado o desplazado; debo hacer que el principal objetivo de la vida se convierta en hacer presente ese destino y en ayudar a los otros a que hagan lo mismo”.

Durante los años de la II Guerra Mundial, además de las emisiones para la BBC, la Fuerza Aérea Real (RAF) lo reclutó para que recorriera todas las bases del país impartiendo charlas sobre teología. Recibía cartas de todas las partes del mundo, y solía responder a todas de su puño y letra. Nunca sabremos cómo se las arregló para poder hacerlo. Un detalle más de su vida que merece la pena ser mencionado y que sólo se supo después de su muerte, es que desde que obtuvo los primeros ingresos por sus escritos, dos tercios de sus derechos se destinaban a una institución benéfica que ayudaba a viudas y huérfanos que vivían en un estado deplorable.

Las crónicas de Narnia



Hacia el final de su vida, escribió las conocidas “Crónicas de Narnia”. En la primera -“El león, la bruja y el armario”- Lewis introduce a sus lectores en el país imaginario de Narnia. Es ante todo un mundo de animales parlantes y está gobernado por un rey león llamado Aslan. Es un león de gran sabiduría, severidad y ternura; el más querido de todos los personajes de estos libros. Al explicar lo que había detrás de esta trama, Lewis dijo que era la respuesta a esta cuestión: “Suponed que hubiese un mundo como Narnia y que tuviese necesidad de ser salvado, y que el Hijo de Dios fuese a redimirlo del modo que vino a redimir el nuestro, ¿cómo podría haber ocurrido todo en aquél mundo?” Algunos lectores reconocen instantáneamente a Cristo en Aslan, y según parece esto les ayuda a amar en Cristo lo que aman en Aslan. Parece que los niños que no logran ver la relación desde el principio obtienen el mismo provecho. De una manera completamente libre e imparcial, podrán descubrir un buen día que las cosas que les gustan y que admiran en Aslan son en realidad propias de Cristo. Ciertamente Lewis esperaba que se estableciera esta relación.

Cuando todos los cuentos estuvieron a la venta, Lewis explicó el motivo que le había empujado a escribirlos. “Creí comprender que las historias de este tipo podían acabar con ciertos prejuicios que habían paralizado en mi infancia la vida religiosa.” “¿Por qué era tan difícil tener hacia Dios y hacia la Pasión de Cristo los sentimientos que nos enseñaban? Pensé que la razón principal de esa dificultad es que tales sentimientos se nos imponían como una obligación. Y la obligación puede congelar los sentimientos… Si lográsemos proyectar todas estas enseñanzas en un mundo imaginario, sin verlas a través de un vidrio coloreado y sin asociarlas con la predicación dominical, ¿podríamos entonces lograr que apareciera por primera vez con toda su fuerza? ¿Acaso no sería éste el modo de vencer aquellos prejuicios que acechan como atentos dragones? Pensé que sí”.

Matrimonio y curación del cáncer

Hacía 1954 Lewis conoció a la poetisa americana Joy Davidman Gresham, que entonces estaba divorciada y vivía con sus dos hijos en Oxford. En 1956, cuando empezaron a estrechar su amistad, a Joy se le diagnosticó un cáncer muy avanzado y grave. Un pastor protestante anglicano los casó en el hospital al año siguiente. Inesperadamente Joy se repuso y ella y Lewis vivieron juntos varios años de gran felicidad, producto de los cuáles es el libro “Los cuatro amores” (1960).


En 1963 Lewis sufrió un ataque al corazón y estuvo en coma durante veinticuatro horas. Una vez recobrado, pasó los pocos meses que le quedaban escribiendo a unos viejos amigos. “Después de haber sido conducido tan suavemente hasta la Puerta, resulta duro ver que se cierra ante las propias narices, sabiendo que habré de pasar otra vez por el mismo proceso algún día, ¡y quizás de una forma mucho menos placentera! ¡Pobre Lázaro! Pero Dios sabe lo que hace.” Lewis murió pacíficamente en su casa, en Oxford, el 22 de noviembre de 1963. Pocos hombres estuvieron tan bien preparados.

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