Filósofo ateniense (470
a.C.) Hijo del escultor Sofronisco y de Fenareta, (una comadrona). Recibió una
educación tradicional en literatura, música y gimnasia. Más tarde se familiarizó
con la retórica y la dialéctica de los sofistas, las especulaciones de los filósofos
jónicos y la cultura general de la Atenas de Pericles. En un principio decidió
seguir la profesión de su padre, llegando a realizar el conjunto escultórico de
las tres Gracias que permaneció en la entrada de la Acrópolis ateniense hasta
el siglo II a.C. Durante la guerra del Peloponeso sirvió, con gran valor, a su
patria como soldado de infantería en las batallas de Potidea, Delio y
Anfípolis.
Desde muy joven llamó
la atención de los que le rodeaban tanto por la agudeza de sus razonamientos y
su facilidad de palabra como por la fina ironía con la que solía matizar sus
pláticas con los jóvenes ciudadanos aristocráticos de Atenas.
Según los testimonios
de su época, Sócrates -esposo de Jantipa, mujer de reconocido mal genio, y
padre de tres hijos- era poco agraciado y de escasa estatura, lo que no le impedía
actuar con gran audacia y dominio de sí mismo.
Apreciaba mucho la vida
y alcanzó gran popularidad en la sociedad ateniense de su tiempo tanto por su
viva inteligencia como por su agudo sentido del humor, desprovisto de cualquier
traza sátira o cinismo. A diferencia de los sofistas, Sócrates no cobraba por
sus clases.
Su inconformismo le
llevó a oponerse tanto a la ignorancia popular como al conocimiento de aquellos
que se decían sabios. Nunca se consideró sabio, aún cuando al consultar al
oráculo de Delfos éste le respondiera “Sócrates es el más sabio de los
mortales”. Mientras aquellos tenidos por sabios creían que lo sabían todo,
Sócrates sostenía que él tan sólo sabía que no sabía nada.
Sócrates creía en la
superioridad de la transmisión oral sobre la escritura y, en virtud de esta
convicción, pasó la mayor parte de su vida en los mercados y plazas públicas de
Atenas, iniciando diálogos y discusiones con todo aquel que quisiera
escucharle.
La mayéutica como
método de aprendizaje
Convencido de que la verdad está en el interior de cada hombre,
Sócrates se propuso ayudar a que sus interlocutores pudiesen “dar a luz” esa
verdad; por esta razón solía decir que su oficio se parecía al de su madre:
mientras ésta ayudaba a las mujeres a parir hijos, él ayudaba a los hombres a
parir verdades. Para ello se valía de la ironía, método mediante el cual hacía
tomar conciencia a su interlocutor de que en verdad no sabía tanto como creía.
Una vez que el sujeto
reconocía su ignorancia, mediante preguntas Sócrates le guiaba hacia la verdad.
La ironía y el diálogo constituían así los dos componentes principales de su
método, denominado “mayéutica”.
En contraposición a los
sofistas, Sócrates sostenía que, además de opiniones, el hombre es capaz de
expresar conceptos.
Según su enseñanza, los
“conceptos universales” no son de un modo para unos y de otro modo para otros, ni
dependen del estado de ánimo de quien los conoce; su contenido es siempre igual,
no son inventados sino que se encuentran en la realidad y se obtienen a través
de la experiencia.
Conócete
a ti mismo
En el campo de la Ética
Sócrates se oponía al hedonismo que propugnaban los sofistas. Su Ética
distingue entre el placer bueno y el placer malo y sostiene que aquel que sabe,
el que entiende, obra bien pues «Nadie peca voluntariamente.
Se le considera el
fundador de la filosofía antropológica, cuyo origen está en la máxima “conócete
a ti mismo”. Siendo consciente de la propia ignorancia, mediante el método
inductivo, a través del diálogo, Sócrates intentaba alcanzar la Verdad
Universal, admitida por todos.
La filosofía de
Sócrates indaga sobre la naturaleza de la virtud y afirma que el conocimiento y
la virtud están tan estrechamente relacionados que ningún ser humano que posea
conocimiento puede elegir el mal. Por tanto, para Sócrates la conducta incorrecta
es antes producto de la ignorancia que de la debilidad de la voluntad. De modo que
el ser humano puede alcanzar la Virtud a través de sus actos y la Virtud
permite obtener la felicidad.
Sócrates se mostró
siempre obediente a las leyes de Atenas, aunque evitó la política, refrenado
por lo que él llamaba una advertencia divina. Creía que había recibido una
llamada para ejercer la filosofía y que podría servir mejor a su patria
dedicándose a la enseñanza, persuadiendo a los ciudadanos atenienses para que
hicieran examen de conciencia y se ocuparan de su alma.
A pesar del primordial
lugar que ocupa en la historia de las ideas, Sócrates no escribió libro alguno
ni fundó tampoco una escuela regular de filosofía ya que consideraba que el
conocimiento es algo viviente. La mayor parte de cuanto se sabe sobre él
procede del testimonio de tres de sus contemporáneos: el historiador Jenofonte,
el comediógrafo Aristófanes y el filósofo Platón. El primero retrató a Sócrates
como un sabio empeñado en la idea de identificar el conocimiento y la virtud,
aunque dotado de una personalidad en la que no faltaban ciertos rasgos un tanto
vulgares.
Aristófanes lo hizo
objeto de sus sátiras en su comedia Las nubes (423), en la que lo identifica
con los sofistas y lo caricaturiza como un engañador artista del discurso.
Ambos testimonios matizan
la imagen de Sócrates que - aun cuando se estima que posiblemente sea la más
justa, en ocasiones no deja de ser excesivamente idealizada- Platón presenta en
sus Diálogos, en los cuales Sócrates aparece siempre como figura principal.
En sus célebres
diálogos Platón describe a Sócrates ocultándose tras una irónica profesión de
ignorancia (la ironía socrática) y como dueño de una agudeza mental y de un ingenio
que le concedían su gran facilidad para el debate.
Aspectos
relativos a la espiritualidad
Sócrates sostiene que
el alma es algo separado del cuerpo, que existe antes del nacimiento y que
sigue existiendo tras la muerte. Influido por el pitagorismo, sostiene que
mientras permanece ligada al cuerpo físico durante la vida el alma necesita
purificarse y liberarse de “las ataduras del cuerpo”. Tras la muerte, el hombre
bueno puede disfrutar de la reunificación, o al menos, de la comunión con
aquellas formas de existencia incorpórea, más elevadas, llamadas comúnmente “lo
divino”.
Su filosofía considera
que la Felicidad no consiste en satisfacer los deseos sino en desprenderse de
ellos. Sócrates se sentía moralmente obligado a perseguir la virtud. Para él la
bondad no sólo es cuestión de manera de obrar sino también un proyecto
intelectual.
Condena
a muerte
La amistad de Sócrates
con Alcibíades, uno de los Treinta Tiranos de Grecia, le valió la enemistad de
muchos y, a sus 70 años, cuando los Treinta Tiranos abandonan el gobierno, es
acusado de corromper a la juventud introduciendo nuevos dioses y es llevado a
juicio en 399 a.C.
La restauración de la democracia en Atenas influyó,
evidentemente, en la situación de Sócrates dado que era pública opinión que los
intelectuales debilitaban a la sociedad aniquilando los valores y los puntos de
vista tradicionales. El diálogo que Platón desarrolla en su Apología es más una
defensa del estilo de vida de Sócrates que una negación de los cargos oficiales
que se le imputaban.
Condenado así a muerte,
Sócrates pasó sus últimos días en la celda recibiendo a sus discípulos y
conversando con ellos sobre filosofía (tal como relata Platón en sus diálogos Critón
y Fedón). Habiéndose negado a huir, llegado el día, Sócrates bebió la cicuta
que le alcanzó el verdugo y murió apaciblemente.
Tras su muerte surgen
las escuelas socráticas, la Academia Platónica, las escuelas menores, dos de
moral y dos de dialéctica, que compartían la búsqueda de la virtud a través del
conocimiento de lo bueno. La obra de Sócrates representa un decisivo punto de
inflexión en la trayectoria intelectual del mundo griego y de todo el
pensamiento europeo.