PENSAR BIEN DE LOS DEMÁS
Érase una vez un sacerdote tan
santo que jamás pensaba mal de nadie. Un día, estaba sentado en un restaurante tomando
una taza de café -que era todo lo que podía tomar, por ser día de ayuno y
abstinencia cuando, para su sorpresa, vio a un joven miembro de su congregación
devorando un enorme filete en la mesa de al lado.
- Espero no haberle
escandalizado, padre -dijo el joven con una sonrisa.
- De ningún modo. Supongo que has
olvidado que hoy es día de ayuno y abstinencia –replicó el sacerdote.
- No, padre. Lo he recordado
perfectamente…
- Entonces, seguramente estás
enfermo y el médico te ha prohibido ayunar…
- En absoluto. No puedo estar más
sano.
Entonces, el sacerdote alzó sus
ojos al cielo y dijo: ¡Qué extraordinario ejemplo nos da esta joven generación,
Señor! ¿Has visto cómo este joven prefiere reconocer sus pecados antes que
decir una mentira?
EL MEJOR POLEN
Un agricultor, cuyo maíz siempre
había obtenido el primer premio en la Feria del Estado, tenía la costumbre de
compartir sus mejores semillas de maíz con todos los demás agricultores de los
contornos. El resto de agricultores de la comarca, acostumbrados a competir entre
ellos y a guardar celosamente sus semillas, estaban intrigados por aquella
muestra de generosidad.
Por fin decidieron investigar el
motivo. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, dijo:
- En realidad, es por puro
interés. El viento tiene la virtud de trasladar el polen de unos campos a
otros. Por eso, si mis vecinos cultivaran un maíz de clase inferior, la
polinización rebajaría la calidad de mi propio maíz. Esta es la razón por la
que me interesa enormemente que sólo planten el mejor maíz.
La calidad de vida de quienes
conviven con nosotros también repercute en nuestra vida.
LAS VIEJAS COSTUMBRES
Cuando, debido a un accidente, el
cacique de la aldea perdió el uso de sus piernas, tuvo que caminar con muletas.
Poco a poco, fue aprendiendo a moverse con rapidez, llegando incluso a bailar y
a realizar pequeñas piruetas, para regocijo de sus vecinos. Luego se le metió
en la cabeza la idea de adiestrar a sus hijos en el uso de las muletas, no
tardando en convertirse en un símbolo de prestigio en aquella aldea el caminar con
muletas; y al cabo de poco tiempo, todo el mundo caminaba de ese modo.
Pasadas cuatro generaciones, no
había nadie en la aldea que caminara sin muletas. La propia escuela incluía en
su currículum un curso de “Muletería teórica y aplicada”, y los artesanos de la
aldea se hicieron célebres por la calidad de las muletas que fabricaban.
Llegó incluso a hablarse de crear
unas muletas accionadas electrónicamente.
Un día se presentó un joven turco
ante los jefes de la aldea y les preguntó por qué todo el mundo caminaba allí
con muletas, a pesar de que a todos les había dado Dios unas piernas para
caminar. A los ancianos les hizo gracia que aquel insolente joven se
considerara más listo que ellos, y decidieron darle una lección.
- ¿Por qué no nos enseñas cómo se
hace?, le dijeron.
- De acuerdo, dijo el joven.
Y se determinó que la
demostración tuviera lugar el sábado siguiente, a las diez en punto de la
mañana, en la plaza de la aldea. Allí estaba todo el mundo cuando llegó el
joven al centro de la plaza caminando con ayuda de unas muletas; y cuando el
reloj de la aldea comenzó a dar la hora, el joven se irguió y soltó las
muletas. La multitud guardaba un expectante silencio mientras él daba un
enérgico paso adelante… y caía de bruces.
Con lo cual, todos se confirmaron
en su creencia de que era absolutamente imposible caminar sin ayuda de unas
muletas.
CUENTOS DE ANTHONY DE MELLO
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