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viernes, 2 de marzo de 2018

Cuentos cortos

PENSAR BIEN DE LOS DEMÁS

Érase una vez un sacerdote tan santo que jamás pensaba mal de nadie. Un día, estaba sentado en un restaurante tomando una taza de café -que era todo lo que podía tomar, por ser día de ayuno y abstinencia cuando, para su sorpresa, vio a un joven miembro de su congregación devorando un enorme filete en la mesa de al lado.

- Espero no haberle escandalizado, padre -dijo el joven con una sonrisa.

- De ningún modo. Supongo que has olvidado que hoy es día de ayuno y abstinencia –replicó el sacerdote.

- No, padre. Lo he recordado perfectamente…

- Entonces, seguramente estás enfermo y el médico te ha prohibido ayunar…

- En absoluto. No puedo estar más sano.

Entonces, el sacerdote alzó sus ojos al cielo y dijo: ¡Qué extraordinario ejemplo nos da esta joven generación, Señor! ¿Has visto cómo este joven prefiere reconocer sus pecados antes que decir una mentira?

EL MEJOR POLEN

Un agricultor, cuyo maíz siempre había obtenido el primer premio en la Feria del Estado, tenía la costumbre de compartir sus mejores semillas de maíz con todos los demás agricultores de los contornos. El resto de agricultores de la comarca, acostumbrados a competir entre ellos y a guardar celosamente sus semillas, estaban intrigados por aquella muestra de generosidad.
Por fin decidieron investigar el motivo. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, dijo:

- En realidad, es por puro interés. El viento tiene la virtud de trasladar el polen de unos campos a otros. Por eso, si mis vecinos cultivaran un maíz de clase inferior, la polinización rebajaría la calidad de mi propio maíz. Esta es la razón por la que me interesa enormemente que sólo planten el mejor maíz.

La calidad de vida de quienes conviven con nosotros también repercute en nuestra vida.

LAS VIEJAS COSTUMBRES

Cuando, debido a un accidente, el cacique de la aldea perdió el uso de sus piernas, tuvo que caminar con muletas. Poco a poco, fue aprendiendo a moverse con rapidez, llegando incluso a bailar y a realizar pequeñas piruetas, para regocijo de sus vecinos. Luego se le metió en la cabeza la idea de adiestrar a sus hijos en el uso de las muletas, no tardando en convertirse en un símbolo de prestigio en aquella aldea el caminar con muletas; y al cabo de poco tiempo, todo el mundo caminaba de ese modo.

Pasadas cuatro generaciones, no había nadie en la aldea que caminara sin muletas. La propia escuela incluía en su currículum un curso de “Muletería teórica y aplicada”, y los artesanos de la aldea se hicieron célebres por la calidad de las muletas que fabricaban.

Llegó incluso a hablarse de crear unas muletas accionadas electrónicamente.

Un día se presentó un joven turco ante los jefes de la aldea y les preguntó por qué todo el mundo caminaba allí con muletas, a pesar de que a todos les había dado Dios unas piernas para caminar. A los ancianos les hizo gracia que aquel insolente joven se considerara más listo que ellos, y decidieron darle una lección.

- ¿Por qué no nos enseñas cómo se hace?, le dijeron.

- De acuerdo, dijo el joven.

Y se determinó que la demostración tuviera lugar el sábado siguiente, a las diez en punto de la mañana, en la plaza de la aldea. Allí estaba todo el mundo cuando llegó el joven al centro de la plaza caminando con ayuda de unas muletas; y cuando el reloj de la aldea comenzó a dar la hora, el joven se irguió y soltó las muletas. La multitud guardaba un expectante silencio mientras él daba un enérgico paso adelante… y caía de bruces.

Con lo cual, todos se confirmaron en su creencia de que era absolutamente imposible caminar sin ayuda de unas muletas.


CUENTOS DE ANTHONY DE MELLO

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