Buscar este blog

miércoles, 21 de marzo de 2018

Los tres caminos




Había tres hermanos, unidos en su viaje hacia la Verdad Absoluta, buscando la Nueva Jerusalén. Al inicio de su viaje se encontraron con tres caminos....

El camino de la izquierda era raso y pedregoso, umbroso y frió. El de la derecha era limpio y soleado; lleno de colinas, sin ningún árbol. Ambos parecían bastante difíciles de tomar, como si no fuera posible determinar donde terminarían ya que los dos eran muy sinuosos.

El tercero, que estaba entre estos dos, era directo y hermoso pero estaba fuera de alcance. Era como si ese camino flotara en el aire. No veían la manera de alcanzarlo...

Entonces pensaron que quizás, tomando el camino de la izquierda o el de la derecha, podrían algún día cruzar el camino central y así entrar en la Nueva Jerusalén.

Se miraron unos a otros y decidieron que uno de ellos tomara el camino de la derecha, otro el camino de la izquierda... y el tercero dijo: “Yo os esperaré aquí intentando encontrar una manera de llegar al camino central que parece ser el más apropiado.

Encontrémonos aquí dentro de un año y un día, si ninguno vuelve, intentaré encontraros para deciros si he hallado la manera de alcanzar el camino central.”

Dicho y hecho. El hermano mayor tomó el camino de la derecha, el segundo el de la izquierda y el más joven se quedó allí, debajo de un árbol y, espontáneamente, comenzó a meditar.

El mayor empezó a andar por aquel extraño camino bajo el Sol. Hacía mucho calor, no había nada de sombra para protegerse, pero su fuerza de voluntad hacía que siguiera adelante. Mientras caminaba por las colinas, que cada vez eran más y más grandes, se encontró con un hombre pequeñito que le preguntó, “¿Qué es lo que estás buscando?”.

El mayor de los hermanos respondió, “Quiero llegar al camino del centro, y siento que debo aumentar mi fuerza de voluntad, porque el camino que escogí es muy difícil pero no me daré por vencido, lo lograré.”

“Te mostraré como conseguir poderes,” dijo el diminuto señor, “los llamados siddhis te darán el poder de curar a la gente, de manipularla, de volar, de crear objetos de la nada... pueden ayudarte en tu búsqueda.”

“¡Oh! sí, supongo que me harán lo suficientemente fuerte para alcanzar el camino central y así llegar a la Nueva Jerusalén. Luego, podré regresar por mis hermanos, les enseñaré y me convertiré en su Guru para así guiarlos hasta allí.”

Comenzó a estudiar y pronto, ya era capaz de volar, usar el poder de los espíritus y curar personas, pero nunca llegó a volar tan alto como para alcanzar el camino central.

Esto le enfurecía. Así, curaba a la gente y estaba muy orgulloso de ello, porque era capaz de hacerlos sentirse bien; se sentía muy poderoso y espiritual. No podía perdonar a Dios por no ayudarle cuando estaba realizando tan extraordinario esfuerzo, ayudando a la gente, volando en su cuerpo astral, usando la agradable y cálida energía que había hallado en este camino.

Un día, llegó a un punto en la montaña, donde comenzó a ver el futuro. Entonces pensó “¡Já! Ahora sí. ¡Pronto llegaré a la Nueva Jerusalén!”

Pero todo lo que pudo ver en el futuro fue destrucción y guerras... y más allá, los tres caminos que se unían. “Ah, aquí estamos, ahora podré tomar el camino central.”

Sin embargo, un hombre fuerte y robusto hacía guardia en la puerta del punto donde los caminos se cruzaban.

El portal era muy estrecho, y se preguntaba cómo haría para cruzarlo.

El guardián preguntó “¿Perdonas a alguien?”

“¡No!” dijo el mayor de los hermanos, “Porque muchas personas me quisieron dominar y vencer durante mi viaje.

¡Ellos ni siquiera tenían los poderes que yo tengo!”

“¿Te perdonas a ti mismo?” preguntó el guardia.

“¡No!” replicó, “Estoy enojado conmigo mismo, porque aparentemente no fui capaz de recabar suficiente poder para llegar directamente a la Nueva Jerusalén.”

La última pregunta que le hizo el guardián fue “¿eres capaz de pedirle perdón a Dios?”

“¿Por qué habría de hacerlo?” exclamó, “¡No he hecho nada incorrecto!

Él debería de pedirme perdón a mí por haberme hecho creer que este camino me haría llegar a la Nueva Jerusalén.”

“Entonces lo siento. No podrás pasar por este portal.

Regresa cuando obtengas el poder de perdonar, cuando obtengas el poder de la inocencia y la humildad.”

Ante la fuerza de estas palabras, el mayor de los hermanos cayó desvanecido... y cuando despertó se encontró en el mismo lugar donde estaba un año antes.

El segundo hermano tomó el camino de la izquierda, Era un camino muy húmedo, con árboles muertos, y nada de Sol. Sólo la Luna estaba presente iluminando el camino.

Se sentía muy triste en el camino, los recuerdos de su infancia y vidas anteriores regresaban. Luego, una gran cantidad de espíritus fueron a él y le dijeron, “Podemos ayudarte a encontrar el camino a la Nueva Jerusalén.” Y les dijo, “¡Oh! sí, me agradaría eso. Estoy perdiendo el valor a medida que avanzo por el camino y necesito ayuda. No consigo hacer nada por mí mismo, he perdido todo deseo...” 

Entonces los espíritus comenzaron a hacer todo por él, y comenzó a tomar alcohol para adquirir más coraje y así seguir caminando.

Los espíritus le estaban llevando a algún lugar que desconocía, no tenía ningún control sobre su voluntad, y esto le alegraba. No deseaba ser dueño de sus propias acciones, ya que se sentía tan débil, sin fuerza. Además, se sentía muy culpable por haber dejado atrás a su joven hermano, solo al inicio del camino, pero no tenía nada de energía y voluntad para regresar sobre sus pasos. No sabía ya ni siquiera quien era y caminaba sin sentido, lleno de letargo.

Estaba perdiendo la paz y no encontraba satisfacción alguna. Comenzaba algo y nunca lo terminaba; algunas veces sentía que era mejor terminar con su vida. Por supuesto, los espíritus le decían que ésta era una buena idea, que sería muy feliz si se unía a ellos, pero ni siquiera para ello contaba con energía... Intentaba rezar, ser muy devoto de Dios para que así Él lo ayudara a alcanzar esa meta incierta que era la Nueva Jerusalén, pero no conseguía encontrar puro deseo en su interior y nada le calmaba. Y el camino se volvía más y más espeso, y más y más frió... Luego de una larga caminata llegó a la misma puerta que su hermano y el guardián le dijo, “¿Tienes la voluntad para perdonar a alguien?”

“No lo sé”, dijo el segundo de los hermanos, “si es que soy capaz de hacerlo... no tengo el deseo de hacer nada.” “¿Te perdonas a ti mismo?” Preguntó el guardián. “¿Cómo puedo perdonarme a mi mismo?” exclamo, “he dejado a mi hermano más joven solo allá, he renunciado a todo y nada ha ocurrido. No encuentro ni siquiera el deseo de alcanzar el camino central, y supongo que ahora ni siquiera seré capaz de pasar a través de la puerta estrecha.”

“¿Eres capaz de pedirle perdón a Dios?”, preguntó el guardián.

“¿Cómo puedo hacerlo?” respondió, “Soy un pecador, ¿cómo puedo atreverme a pedir que Dios me perdone? He cometido demasiados errores en mi camino hacia Él. No merezco su amor.”

“De acuerdo”, dijo el guardián, “No es el momento apropiado para que pases por el portal, cuando seas capaz de perdonarte a ti mismo sin sentirte culpable, de perdonar a otros y pedir perdón, teniendo fe en la capacidad de perdonar sin limites de Dios, podrás regresar y atravesar el portal.”

Y así, el segundo de los hermanos se durmió y despertó en el punto de partida.

El tercer hermano

En el punto de partida, estaba el menor de los hermanos, henchido de gozo. Les preguntó, “¿Habéis encontrado el camino a la Nueva Jerusalén?” “No,” dijo el mayor, “el guardián del portal tuvo la arrogancia de decirme que sea más humilde y perdone.” “No,” dijo el segundo, “He sido tan mala persona... No merecí la Gracia de Dios.”

Y ambos contaron su historia. Luego le preguntaron a su hermano menor, “Y tú, ¿lo encontraste? Tus ojos están brillando, pareces muy gozoso.”

“Sí”, dijo el hermano. “Escuchad.”

“Durante todo el año, estuve mirando hacia el canal central y sentí que debía tener puro deseo de alcanzarlo. Hice un gran esfuerzo por lograrlo pero nada ocurría. Entonces decidí entregarlo a la voluntad de Dios y comencé a rezar, “Por favor, guíame hacia tu camino central.” Luego, una mujer hermosa apareció ante mí, sonriente, amorosa, pacifica, y ¡tan sabia! Ella dijo: “pon tus manos hacia Mí, con las palmas hacia arriba, y pide con deseo puro e inocencia, en lo profundo de tu corazón. ¡Por favor Madre!, guíame a la Nueva Jerusalén y muéstrame quien soy realmente.” Lo hice y repentinamente una brisa fresca comenzó a fluir espontáneamente, llenando el espacio que hay entre el árbol y el camino, para que así pudiera seguir el camino. Fue un camino lleno de gozo y paz a través del cual aprendí quién soy realmente. Me di cuenta que soy el Espíritu, que es el reflejo de Dios. Me di cuenta que Dios es mi Madre y mi Padre y que cuidan de mí, dándome total seguridad y confianza. 

Pude así perdonar a todos, incluso a mis peores enemigos, sintiendo que también ellos son hijos del Divino, aún cuando hayan tomado caminos equivocados.” Pude también perdonarme a mí mismo, por ejemplo, por haberos dejado partir en tan peligrosa aventura. Le pedí a Dios que me perdonara y sentí dentro de mí su Compasión sin fin...”

“Me presenté con mucha humildad ante el guardián del portal y, muy amorosamente, me permitió pasar a través de la angosta puerta. Entré en la Nueva Jerusalén. Pude ver a muchas personas allí, con un hermoso brillo en los ojos. Allí sentí el amor, la compasión, y las bendiciones que Dios quiere darnos. Él me dijo, “Regresa y comparte la experiencia con los seres humanos, con tus hermanos que han tomado tan peligrosos caminos en la vida... tú no eres diferente de otros seres humanos, pero tú puedes ahora sentir que todo está dentro de ti. Cada vez que meditas, tu Madre interior soplará el viento que te traerá a nosotros en la Nueva Jerusalén y en cada oportunidad sentirás la misma bendición, el mismo silencio de pensamientos, la misma paz.”

“Cuando abrí los ojos, todavía me encontraba debajo del árbol y comprendí que nunca lo había abandonado, y que todo lo que había ocurrido estaba en mi interior.”

“¿Queréis experimentar la Verdad?” -preguntó el menor de los hermanos.

Le dijo al mayor: “Tú debes rendir tu ego a Dios y perdonar a todos, pedirle perdón por haber dudado de sus poderes en tu camino, por ser tan arrogante y desamorado.”

Le dijo al segundo: “Tú debes rendir tu superego a Dios, y perdonarte a ti mismo, y pedirle perdón por no haber sido aquello que tú creías debías ser. No sentirte culpable y ser responsable de tus acciones.”

El más joven continuó: “Sólo debéis sentir la presencia del Espíritu en vuestro interior, ya que somos partículas del Divino. Dejad que su Amor Omnipresente penetre en vuestro corazón y satisfaga todas las necesidades de la existencia. Permitid a la paz entrar en vuestro corazón y que os guíe hacia la conciencia sin pensamientos. PERDONAD.

Perdonad y descubrid la inocencia en el interior, donde ha estado escondida durante años. Perdonaos a vosotros mismos y a los otros, y tratad de ser humildes así podréis sentir que Dios realmente os ama, sea lo que sea que hayáis hecho.”

Ambos, luego de sentir como emanaba la brisa fresca sintieron en su interior el amor incondicional, y el silencio interior. Pudieron tener un paseo por la Nueva Jerusalén, donde todo el mundo tiene ese brillo especial en los ojos y un corazón totalmente abierto a los demás.



No hay comentarios:

Publicar un comentario